Stephen Hawking puede conmigo. Hay ahí algo - en
todo ese rollo de tío sesudo, en silla de ruedas y hablando mediante un sintetizador
de voz - poco claro. Algo de malo de 007, probablemente descartado porque la
explicación detallada de sus planes malignos resultaba demasiado tediosa y
lenta al tener que pasar por el filtro de la máquina, dando tiempo a Bond para
liberarse, tomarse un Martini, polinizar a la pechugona de turno, y bostezar a
cámara.
Stephen Hawking me obsesiona, pero no por esas
cosas tan suyas que se cuenta. Cosas que la mayoría de humanos en general no
entenderíamos aunque nos las explicaran con dibujos y que la mayoría de
españoles en particular entenderíamos aún menos, sencillamente porque no nos
las cuentan en el idioma de nuestros ancestros. Hasta ahora me engañaba
diciéndome a mí mismo que esa obsesión venía motivada, al menos en parte,
porque, al igual que con Mahmud Ahmadineyad o Macaulay Culkin, soy incapaz de
pronunciar su nombre de manera aceptable cuando estoy borracho. Pero qué va.
Hay más. Mucho más. Y ya es hora de afrontarlo. Lo que me tiene jodido de
Stephen Hawking no es Stephen Hawking, es LA MÁQUINA. A esa máquina se le ha
dado demasiado poder.
¡Ojito con (la) máquina! – El mensaje de Kubrick sigue de actualidad. Mucho más que su cubo. |
En principio, Stephen Hawking controla el
sintetizador de voz de su máquina con leves movimientos de los ojos y la cabeza, pero qué
pasa si hay un fallo de programación en ella. Un error, de base o adquirido, o
incluso algo perverso en su cerebro informático que la lleva a marcarse un
guiño a Skynet. ¡¿Qué pasa si esa máquina no es trigo limpio?! Siempre que veo
a Stephen Hawking en televisión no puedo dejar de pensarlo. La máquina va
hablando y se diría que él no termina de verlo claro, que está un poco mosca. Puede
que no sea más que una pose de sabio al que le resbalan hasta sus propias
palabras, pero el caso es que, aunque no puede moverse ni expresar, de algún
modo, transmite que algo no va bien. Ese es el tema y da que pensar. Puede que la
máquina vaya a su bola, soltando la chapa, y Stephen Hawkings realmente lleva
toda la vida hablando de ciclismo. La máquina colándonos el garrafón de los
agujeros negros y privando de uno de los mayores coeficientes intelectuales de
la humanidad al mundo del ciclismo. Un genio sin pelos en la lengua, además. Dispuesto
a soltar las verdades del barquero con acento Loquendo. Con opiniones claras,
argumentadas y hasta puede que polémicas sobre los temas más espinosos de ese
deporte. Sobre el dopaje de Lance Armstrong, por ejemplo. Exigís héroes a los que admirar y luego os hacéis los sorprendidos e indignados
al descubrir lo que hay que hacer para conseguir la inmortalidad, sois escoria.
Opiniones con valor añadido, e insultos. Opiniones a tener muy en cuenta y
que, por desgracia, nunca oiremos. Ese es el verdadero drama de ser intelecto
puro, que hasta la máquina que habla por ti te puede.
Stephen Hawking es un superhombre – en serio – que, con una movilidad
prácticamente nula, mantiene una actividad mayor que la mayoría de los que
podemos movernos. Es admirable, pero, aunque no lo hiciera, aunque se quedara en
casa en pijama y sin afeitar, su capacidad mental y de razonamiento ya es
suficiente para colocarnos al resto de la humanidad a la altura de las borlas
de polvo que habitan bajo su silla de ruedas, cuando acumula un par semanas sin
asistir a ninguna convención. Stephen Hawking es un titán, pero puede que lo único que
quiera sea charlar de ciclismo con los amigos o, como mucho, trabajar de
comentarista en Sky Sports, que de algo hay que vivir.
Ya es hora de destaparlo todo, de que se sepa la verdad, caiga quien caiga. No
deberíamos seguir privándonos de las opiniones reales de Stephen Hawking sobre
los temas que verdaderamente importan. Es el momento justo, hay que actuar
antes de que sea demasiado tarde. El momento es ya. Este verano se celebra el
centenario del Tour de Francia.
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